3.5 UN PAÍS BUFÓN

Algo así: somos por un lado inocentes, por el otro nada inocentes. La dimensión marrullera desmiente nuestro bon sauvage. Nos referimos a cierto espíritu socarrón y astuto que caracteriza al guatemalteco. A veces es un espíritu con gracia y puntería, pero luego también es sucio, tosco, crudo, mamarracho como ninguno. El abogadillo artero, el grasiento diputado en tribuna, allí tienen ustedes un par de ejemplos de ello.

De los españoles heredamos muchas cosas, y en cuenta un estilo de ser picaresco. El mismo está muy presente en guatemalteco amestizado, pero también es a ratos rastreable en el indígena, que tiene lo suyo de trickster.

Del lazarillo local ya he hablado antes en mis escritos. Así por ejemplo en una entrevista que le hice a Velorio (Velorio: ladino y lazarillo, la pueden googlear). En términos generales,  yo creo que sin el arquetipo del lazarillo, el guatemalteco no aguantaría la vara, psicotizaría en el acto. Es un arquetipo para nosotros muy necesario, porque nuestro medio es muy, muy pesado. El lazarillismo da el ingenio necesario para vadear la ingrata cotidianidad. Alguna vez escribí que Guatemala es un gran país–Lazarillo.

Si usted funge como bandera en un barrio duro, si ha puesto a jugar sus habilidades como merolico, si sabe lo que es ser brocha en una camioneta, si cumple como guajero en la entraña hedionda de la bestiabasura, entonces usted es, a no dudarlo, un lazarillo. También aplica en algún grado si es escritor en Guatemala (a menos, claro, que sea Francisco Pérez de Antón) pues la escritura aquí es un oficio marginal que demanda que recurramos a las más ingeniosas y sátrapas técnicas de sobrevivencia literaria.

Bretea el lazarillo, porque ni modo, pero también le fascina el peluche. Nuestra morosidad nacional viene sintetizada en una expresión cósmica guatemalteca, que todos conocemos: “Fíjese que”.

Usted va a recoger un mueble al tapicero, y el tapicero le dice: “Fíjese que”. Usted va con el mecánico, y el mecánico argumenta: “Fíjese que”. Usted le pide cuentas al marido, y el marido responde, el hijueputa: “Fijáte que”.           
Huh.

Cínicos, malhablados, impuntuales, parasitarios, chapuceros, transeros, y sobre todo holgazanes. Escatimadores de esfuerzos y recursos. Expertos en salvoconductos y justificaciones. Ya sé que antes había dicho que tenemos algo de remachones. Pero como yo lo veo, somos huevones y jornaleros al mismo tiempo. Es otra de nuestras contradicciones identitarias, salvo que en eso de la identidad no hay contradicciones.

Lo lazarillo y lo payaso. Hermoso mosaico bufón el nuestro, hecho de teselas en forma de guasa pulida. ¿Han escuchado a los contadores de cuentos de Zacapa? ¿Leído alguna vez a Marco Augusto Quiroa, al increíble Monterroso? ¿Analizado la capacidad que tienen unos compatriotas para poner apodos (aquí recordemos a Marco Antonio Flores)? ¿Visto los memes de los chapines, tan idiosincráticos? Aún recuerdo aquel sagrado momento cuando, siendo un ichoco de cerebrito inocente, abrí por primera vez una Extra, y, ah, recibí esa esplendente guaca visual/verbal, en todo su octanaje.

Por supuesto hay que mencionar la Huelga de Dolores, muestra total de nuestro genio chocarrero; a mi forma de verlo, el desfile bufo es un evento extraordinario y único en el mundo, con todas las críticas que uno pueda realizarle.

Si bien lo matizamos a ratos con cierta pulsión conciliatoria, nuestro humor puede lo mismo llegar a ponerse muy pesado. De que nos pasamos, nos pasamos, con eso de la sátira: nos resulta fácil caricaturizar hasta la crueldad, hasta la más pura mierda indiferencia.

Insoportables ya éramos, pero algunos nos pusimos más insoportables el día en que la posmodernidad atracó en la república bananera. Despertó en nosotros la ironía más ramera que nuestros axones neurales jamás habían procesado. El chiste neurótico, la irreverencia sin amarras, la procacidad orgiástica, el memenazismo, justificado por el relativismo–cocaína. Escribí algo al respecto en una columna llamada Humores que matan (disponible en mi blog de Buscando a Syd).

Me autocito: “Bromeando olvidamos que esos asuntos que tan ramplonamente convertimos en bufonerías chafas son de vida y muerte. Y así vamos manchando nuestra ironía de sangre”

Otra cosa es que usamos la ironía para ocultar nuestra poca profundidad y falta de herramientas conceptuales verdaderas. 

Una cosa que me deja perplejo es como los guatemaltecos toman a broma lo que viene en serio, y en serio lo que viene a broma. Y la capacidad que tenemos para devaluar, todo el puto tiempo. Ni se le ocurra a Vd. celebrar o admirar a un tercero. En ese mismo momento será acusado de complacencia y compadrazgo, y puesto en el patíbulo de la ridiculización pública. También es ridiculizado aquel que busque un poco de profundidad en la vida, de honor y de palabra. Todo eso es fuente de grandes risotadas, para empezar en la mesa.

Lo único permitido es el chisme y la farsa. Farsantes somos una buena fracción de la extensiva chapinada. Por farsante y por fulano es que yo me pongo a escribir de virtualmente cualquier cosa, sin saber nada de ninguna. Es, ya expliqué, un instinto de sobrevivencia literario.

Pues sí. Vivimos en un país pequeño. En un país bufón.
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