Algo así: somos por un lado inocentes, por el
otro nada inocentes. La dimensión marrullera desmiente nuestro bon sauvage. Nos referimos a cierto
espíritu socarrón y astuto que caracteriza al guatemalteco. A veces es un
espíritu con gracia y puntería, pero luego también es sucio, tosco, crudo, mamarracho
como ninguno. El abogadillo artero, el grasiento diputado en tribuna, allí
tienen ustedes un par de ejemplos de ello.
De los españoles heredamos muchas cosas, y en
cuenta un estilo de ser picaresco. El mismo está muy presente en guatemalteco
amestizado, pero también es a ratos rastreable en el indígena, que tiene lo
suyo de trickster.
Del lazarillo local ya he hablado antes en mis
escritos. Así por ejemplo en una entrevista que le hice a Velorio (Velorio: ladino y lazarillo, la pueden
googlear). En términos generales, yo
creo que sin el arquetipo del lazarillo, el guatemalteco no aguantaría la vara,
psicotizaría en el acto. Es un arquetipo para nosotros muy necesario, porque
nuestro medio es muy, muy pesado. El lazarillismo da el ingenio necesario para
vadear la ingrata cotidianidad. Alguna vez escribí que Guatemala es un gran
país–Lazarillo.
Si usted funge como bandera en un barrio duro,
si ha puesto a jugar sus habilidades como merolico, si sabe lo que es ser brocha
en una camioneta, si cumple como guajero en la entraña hedionda de la
bestiabasura, entonces usted es, a no dudarlo, un lazarillo. También aplica en
algún grado si es escritor en Guatemala (a menos, claro, que sea Francisco
Pérez de Antón) pues la escritura aquí es un oficio marginal que demanda que
recurramos a las más ingeniosas y sátrapas técnicas de sobrevivencia literaria.
Bretea el lazarillo, porque ni modo, pero
también le fascina el peluche. Nuestra morosidad nacional viene sintetizada en
una expresión cósmica guatemalteca, que todos conocemos: “Fíjese que”.
Usted va a recoger un mueble al tapicero, y el
tapicero le dice: “Fíjese que”. Usted va con el mecánico, y el mecánico
argumenta: “Fíjese que”. Usted le pide cuentas al marido, y el marido responde,
el hijueputa: “Fijáte que”.
Huh.
Cínicos, malhablados, impuntuales,
parasitarios, chapuceros, transeros, y sobre todo holgazanes. Escatimadores de esfuerzos y
recursos. Expertos en salvoconductos y justificaciones. Ya sé que antes había
dicho que tenemos algo de remachones. Pero como yo lo veo, somos huevones y
jornaleros al mismo tiempo. Es otra de nuestras contradicciones identitarias,
salvo que en eso de la identidad no hay contradicciones.
Lo lazarillo y lo payaso. Hermoso mosaico bufón
el nuestro, hecho de teselas en forma de guasa pulida. ¿Han escuchado a los contadores
de cuentos de Zacapa? ¿Leído alguna vez a Marco Augusto Quiroa, al increíble
Monterroso? ¿Analizado la capacidad que tienen unos compatriotas para poner
apodos (aquí recordemos a Marco Antonio Flores)? ¿Visto los memes de los chapines,
tan idiosincráticos? Aún recuerdo aquel sagrado momento cuando, siendo un
ichoco de cerebrito inocente, abrí por primera vez una Extra, y, ah, recibí esa
esplendente guaca visual/verbal, en todo su octanaje.
Por supuesto hay que mencionar la Huelga de
Dolores, muestra total de nuestro genio chocarrero; a mi forma de verlo, el
desfile bufo es un evento extraordinario y único en el mundo, con todas las
críticas que uno pueda realizarle.
Si bien lo matizamos a ratos con cierta pulsión
conciliatoria, nuestro humor puede lo mismo llegar a ponerse muy pesado. De que
nos pasamos, nos pasamos, con eso de la sátira: nos resulta fácil caricaturizar
hasta la crueldad, hasta la más pura mierda indiferencia.
Insoportables ya éramos, pero algunos nos
pusimos más insoportables el día en que la posmodernidad atracó en la república
bananera. Despertó en nosotros la ironía más ramera que nuestros axones
neurales jamás habían procesado. El chiste neurótico, la irreverencia sin
amarras, la procacidad orgiástica, el memenazismo, justificado por el
relativismo–cocaína. Escribí algo al respecto en una columna llamada Humores que matan (disponible en mi blog
de Buscando a Syd).
Me autocito: “Bromeando olvidamos que esos asuntos que tan ramplonamente
convertimos en bufonerías chafas son de vida y muerte. Y así vamos manchando
nuestra ironía de sangre”.
Otra cosa es que usamos la ironía para ocultar nuestra poca profundidad y falta de herramientas conceptuales verdaderas.
Otra cosa es que usamos la ironía para ocultar nuestra poca profundidad y falta de herramientas conceptuales verdaderas.
Una cosa que me deja perplejo es como los
guatemaltecos toman a broma lo que viene en serio, y en serio lo que viene a
broma. Y la capacidad que tenemos para devaluar, todo el puto tiempo. Ni se le
ocurra a Vd. celebrar o admirar a un tercero. En ese mismo momento será acusado
de complacencia y compadrazgo, y puesto en el patíbulo de la ridiculización
pública. También es ridiculizado aquel que busque un poco de profundidad en la
vida, de honor y de palabra. Todo eso es fuente de grandes risotadas, para
empezar en la mesa.
Lo único permitido es el chisme y la farsa. Farsantes
somos una buena fracción de la extensiva chapinada. Por farsante y por fulano
es que yo me pongo a escribir de virtualmente cualquier cosa, sin saber nada de
ninguna. Es, ya expliqué, un instinto de sobrevivencia literario.
Pues sí. Vivimos en un país pequeño. En un país
bufón.