Pero nunca vamos a entronizar nuestra visión de
país sin botar los antiguos esquemas de cambio. En efecto, todos los viejos
esfuerzos por traer evolución al país no han conseguido darnos una vida
nacional satisfactoria. ¿Por qué insistimos en ellos? Precisa salir de la
negación. Rendirse y pasar –con honestidad y firmeza, apertura y disposición– a
otra cosa, a otro cuerpo de posibilidades.
Porque de hecho hay otro cuerpo de posibilidades. De nada sirve adoptar una
posición fetal, y hundirse en la pura decepción desmoralizada o atrabiliaria.
Podemos confiar en que obtendremos los recursos para diseñar un país más
funcional, si nos abrimos a ello. La primera condición para que el cambio se dé
es que aceptemos la realidad del cambio, y en este caso estamos hablando del
cambio a la cordura.
Por supuesto, un problema aquí es mezclar el
nuevo vino con el viejo. Tenemos que aprender a reconocer el vino viejo como
tal, y ser muy honestos al respecto. A veces decimos que queremos cambiar, pero
la verdad es que no estamos dispuestos a limpiar la vasija, el odre, no hay
disposición, no hay humildad. Estamos llenos de nuestro propio gelatinoso
orgullo, de nuestras propios, rígidos, grumosos puntos de vista.
Para reestructurar nuestra sistema de
posibilidades, vamos a tener que rectificar nuestras motivaciones, nuestra
visión, nuestra conducta cultural toda. Y luego vigilar que no volvamos a caer
en las antiguas maneras, en los mismos credos cerrados. Por otro lado, no se
trata de crear una nueva fórmula estanca, sino de entender que el paradigma
entrante de cambio deberá ser dinámico, siempre rastreando nuevos horizontes de
funcionalidad.
Así pues, el trabajo no termina. Por mí, por el
otro, por la galaxia entera de relaciones culturales del país, se precisa
seguir trabajando.
Viendo lo mucho que mi país no evoluciona, nació
en mí un interés descomunal por el fenómeno del cambio: sus condiciones, sus
posibilidades, su naturaleza. Una de las cosas que me di cuenta es que en
Guatemala hay un mismo dogmatismo, con ideologías distintas. No nos ocupemos
pues en un primer movimiento de las ideologías: ocupémonos del dogmatismo. Por
demás, creo que tenemos muchas prerrogativas como país, y que no estamos tan
mal como en otros lados. A veces decimos que somos la peor mierda en este gran
mundo, pero ello no es más que arrogancia inversa.
Desde luego, me preocupa nuestra incapacidad de
generar un mapa de entendimiento nacional. El reto es encontrar un esquema que
nos permita salir de la carnicería de perspectivas en pugna que es actualmente
Guatemala. La posibilidad de una nueva guerra civil no es descabellada. A menos
que llevemos adelante una revolución –pero no una revolución monoideológica,
sino integral– esto se pondrá sinceramente horrible. El reto será encontrar los
líderes que puedan funcionar dentro de este nuevo estadio de circulación
cultural. De momento no existen, o apenas existen.
Hay múltiples agendas coemergentes que me interesa
que mi país actualice, para que el mismo pase de ser un sistema clausurado y
estanco a un sistema abierto y fluido. Un sistema abierto y fluido es un
sistema que no privilegia una perspectiva sobre las demás, sino que las incluye
todas, en un mismo campo de unidad dinámica. Inherentemente, ninguna
perspectiva posee más jerarquía que cualquier otra. Eso no quiere decir que no
se den jerarquías de funcionalidad. De
ello hablaremos otro poco más adelante.
De momento, hagamos un viaje por estas
distintas perspectivas, que también son en sí mismas programas generales de
trabajo.