El riesgo por supuesto es que estos individuos
se emborrachen de dinero, deseo, poder,
se transformen en crudas, caóticas criaturas, volátiles, narcisistas,
violentas, abusadoras, transeras, explotadoras, encomenderas, corruptas y carniceras
(e. g. un narcotraficante en oriente, un funcionario en liaison con el contrabando, un jefe de pandilla en un barrio
marginal, un alcalde que pide mordidas descomunales a cambio de muy sencillos
permisos, un elemento de la seguridad pública que dirige ejecuciones
extrajudiciales, el consabido grupo de extorsionistas y su impuesto a las
camionetas, un secuestrador operando desde la penitenciaría, un diputado
haciendo sus huevos en el congreso, etcétera).
El riesgo, sí, es que estas personas,
descubriendo su propia autoridad, asuman pues el papel de intolerantes
finqueros o chafarotes impulsivos o caciques oscuros o linchadores ciegos o
milicianos encapuchados en sus reinados contenidos, y funcionen paralelamente,
al margen del imperio de la ley. A estos, por supuesto, hay que ponerles coto,
pero ya. Un reto inmediato para el país es rectificar inteligentemente esta
energía explosiva, así en la ciudad como en el interior.
En efecto, no podemos renunciar al orden ni a
la galaxia de la ley, sea jurídica, dármica o cultural, y por supuesto no
podemos caer en algún combado libertinaje o delincuencia. Tampoco desacatar la
propiedad privada, salvo en casos extremadamente precisos. Los códigos
correctores –los límites– deben mantenerse e intensificarse aunque, eso sí, sin
caer nunca en arbitrariedades represoras, sobreimposiciones legislativas, o
bien en fundamentalismos irracionales de cualquier clase. A menos que estemos
dispuestos a respetar y hacer respetar las arquitecturas propias del estado de
derecho y los contratos de la gobernabilidad moderna, no tendremos oportunidad
de escapar la entropía estatal. Pronto seremos (y ya fuimos) desbordados por
las olas crecientes de abuso y corrupción, y el virus esclavizador de la
impunidad.
Los sistemas administrativos deficientes
asimismo deberán ser reformados con intrepidez, fiscalizados con furia. La
fuerza institucional y los cuerpos de seguridad tienen que estar al centavo, si
queremos poner en cintura los anarcopoderes emergentes o ya axiales, así el
narcotráfico, y cortocircuitar los salvoconductos con los cuales se pretende
hacer dinero fuera de la dinámica del trabajo, me refiero al honorable.
En términos generales, nuestra cultura cuenta
con corrientes de decencia y dignidad, códigos de responsabilidad y propósito,
legados axiológicos y principios espirituales que urge rehabilitar en casa, en
el barrio, en el pueblo y en todo el país. Esto incluyo tener algunos malditos
modales, y aprender a modular nuestra expresión (¿qué cosa es la libertad de
expresión sin la responsabilidad expresiva?). La democratización es un evento
apreciable, pero hay que entender que con ella también se democratiza toda
suerte de vicios. Allí es donde entra el sentido moderno de orden y jerarquía,
tan repudiado por el posmodernismo, me refiero al infantil. Siempre habrá un
histérico que considere que cuando digo estas cosas estoy empujando alguna
clase de agenda facho–jihadista, o que la presente es una invitación a saludar
a la bandera (nunca ha sido mi estilo) cuando lo único que estoy diciendo es
que las personas sin ningún sentido de jerarquía exterior/interior suelen tener
problemas graves para generar otra cosa que no sea indignación o neurosis. A
los cincuenta y sesenta años, siguen siendo incapaces de sostener un nivel
serio, articulado, estable y funcional de compromiso y vida relacional
profunda. Se toman por muy auténticos, pero rigurosamente carecen de toda
médula –no tienen sustancia.
Una democracia no regulada, sin camino, sin razón, sin integridad, es una receta para el fracaso, y un caldo de cultivo para el populismo, me refiero al patológico. Por demás, será escandaloso para algunos lo que voy a decir, pero no puede ser mala idea crear mecanismos laicos y sensatos de control de la natalidad, con el fin de cuidar el equilibrio demográfico nacional, porque esto, sinceramente, se sale de control.