Nada hay de malo en la inocencia. Nada malo hay
en el asombro, que libera las fuerzas pivotales de la curiosidad y la
imaginación. En la inocencia hay un gran poder.
Siempre hay entidades que quieren hacernos
dudar de todo, y devolvernos a un comportamiento paranoico–bestial. Seres
mórbidos y contraídos, bandoleros al servicio de la ansiedad, agentes del terror
molecular. Fueron ellos quienes trajeron la era de lo clausurado y la doctrina
de la suspicacia abismal al país.
Hay una ley: el temor crea lo temido. Y nos
hace responder a cualquier situación de la peor manera posible. Así es como
generamos toda clase de perversos cagadales, conceptuales y prácticos. La
paranoia es un parásito psicosocial muy resistente y muy poco refinado, y en
este momento nos está hartando vivos.
Urge desintoxicarse de la aprensión. Urge regenerar
el tejido de la confianza. Restaurar la convicción. Lo asombroso es que todavía
exista en esa carne trémula nuestra un resto de esperanza, autoestima y de
carácter. Es hora de restablecer la total amplitud de nuestra asertividad y
nuestro coraje. Lo cual supone intervenir el proceso de autocrítica tóxica, que
divide nuestro capital intersubjetivo en mil pedazos. La baja autoestima es un
cáncer de escala, en nuestro comportamiento nacional, y nos hace temblar por
todo.
No es cuestión de volvernos temerarios y
tampoco supersticiosos o fanáticos (todos odiamos a los fanáticos, sean creyentes
o escépticos). No es cuestión de abdicar nuestra racionalidad, nuestra crítica
o nuestra cautela. Ni de hecho renunciar a nuestra duda o nuestro miedo (son
inteligencias). No tiene ningún sentido adoptar –ciega, dogmáticamente– dioses,
deontologías o explicaciones. Solo estoy diciendo que, en la religión, en la
ciencia, en la política, en todo, hay que abrirse al misterio y las
posibilidades.
Levantemos los ojos, y veamos el firmamento, pues nada hay más repugnante que un cerdo sin sensibilidad vertical, sin un sentido profundo de admiración. Y luego miremos a los lados, en búsqueda del diálogo sempiterno con las cosas y con los seres. Algunos nos quieren pisar, es cierto. Pero no todos.