3.8 APOLOGÍA DE LOS GEMELOS

La propuesta es que botemos la estatua de Tecún Umán, y pongamos una estatua de los gemelos divinos, los hermanos Hunahpú e Ixbalanqué, hijos de Hun–Hunahpú y la doncella–virgen Ixquic.

Cazadores y pendencieros sagrados, son ellos quienes nos han regalado nuestro mejor relato heroico.

Podríamos buscar durante milenios en todo el paisaje cultural maya, colonial, criollo, mestizo y posmoderno, y no encontraríamos mejores héroes que estos héroes que ganan sus batallas jugando, con inocencia, ingenio, coraje y humor. Y en tándem: juntos pues.

No son el tipo de superhéroe fornido, sacrificial o ideológico. Hay que percibirlos más bien compactos, ingeniosos, ágiles, medio cabrones y difíciles de timar, porque ellos mismos son los últimos timadores, los últimos tricksters. Con estas cualidades, nuestros cerbataneros y jugadores de pelota escapan del intenso bullying de sus hermanos mayores (a quienes convierten en monos); derrotan al pretencioso Vucub Caquix; y superan las intensas pruebas impuestas por los Señores Neuróticos de Xibalbá (que, como se sabe, no eran buenos perdedores). Los gemelos inclusive resurgen de las cenizas de la muerte, y consiguen engañar y someter a los dioses inframundanos. Luego de múltiples aventuras de picaresca mitológica, eventualmente se transforman en el sol y en la luna, asumiendo plena divinidad.

Erijamos una estatua de los gemelos, no para copy/pastearlos, sino porque ellos nos recuerdan grácilmente los valores de la autenticidad, la integridad, la libertad y la justicia. Sin esta clase de valores, no sobreviviremos a nuestra propia historia. Valores como estos son los que nos hacen héroes.
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