8.5 EXPLORANDO EL BIENESTAR

Todo lo que dije en la sección anterior no es una invitación a caer en una jerarquía protocolaria, tradicionalista y asfixiante. No queremos conformarnos a un sistema gris, pesado y burocrático de regulaciones. Tampoco recomendamos el trip clanista y patriotero. No hay nada más hermoso que liberarse de las conexiones opresivas de la familia y el país, y empezar a encontrar en uno mismo una voz, una libertad propia, flexible, no tradicional, inclusive extraña (familias y sociedades que no respetan a los disconformes, a los excéntricos, a los solitarios, a los rebeldes y a los freaks observan la patología de lo convencional). No queremos limitarnos al corsé conservador y a la república milimétrica con su tinglado de leyes y creencias y presiones y castas sin fin. También hay que respirar, vamos. Relajarse. Vivir. Salir un poco de la retícula moralista, maniquea, literal, anatémica, marcial, rígida, sacrificial, ideológica, aburrida, solemne, remachona, mecanicista y punitiva. Urge gozar un poco de libertad. Elevar nuestra capacidad de interpretación y de crítica. Y luego: ¿a qué negar la cultura de lo agradable? Si algo necesitamos los chapines es placer, y no me refiero a un placer genital de bestias o violadores o alcohólicos, sino al placer refinado que solo puede rendirnos una cultura auténtica del bienestar, la plusvalía responsable, la abundancia y la prosperidad integrada. La clase de existencia que nos permite desarrollarnos físicamente; elevar nuestra conexión con la naturaleza y el medio ambiente; cultivar una sensualidad superior; trabajar en condiciones satisfactorias; mantener un ocio experimental y creador; nutrir una rica esfera de relaciones;  viajar y acumular nuevas percepciones; liberar nuestra creatividad y expandir nuestro horizonte estético y expresivo; potenciar nuestra educación tanto en las llamadas humanidades como en relación a los paradigmas científicos y tecnológicos; explorar la libertad intelectual y secular; pero asimismo la espiritualidad y la consciencia. Ahora bien, ¿quién puede disfrutar la vida cuando tiene que trabajar como bestia en las mazmorras del laberinto social?

¿Qué dicha hay reservada por ejemplo para aquel que vive en uno de nuestros barrios periféricos o ciudades satélite y está condenado a viajar cuatro horas de ida y cuatro de vuelta en un bus en donde muy precisamente se acaban de subir dos basuras muy maleados para basculear a cada uno de los pasajeros dejándolos una vez más en la premiseria y tanto y todo por ir nomás a trabajar y lo peor es que a menudo en bretes que ni un mismo orco de la Tierra Media soportaría y estaría en condiciones de aguantar?

De allí la importancia –antes de invitar a la gente a la gran orgía de la prosperidad– de asegurarse que hayan bases solidas de orden y seguridad que puedan sostenerla. De otra manera lo único que estamos ofreciendo es crueldad: un paraíso aparente, pero impracticable.

Ya con esas bases establecidas, la idea es fundar por todos los medios posibles fuentes fluidas y legítimas de movilidad social, que no se descalabren a la primera. Condiciones más atractivas de vida que no sean solo espejismos y no cedan fácilmente a la entropía. Necesitamos, sí, conductos para el esfuerzo inteligente y motivado, la iniciativa libre, la autonomía creativa, la ética personal, la libertad secular, el progreso liberal y técnico del individuo y de la sociedad pragmática. Estamos hablando de diseñar un nivel cultural inteligente en donde se reconozca la entrega apasionada, la competencia productiva y el propio poder explorante, para liberar así zonas crecientes de comodidad, acceso y conveniencia.

Un nivel cultural en donde tengan lugar el mérito independiente, la asertividad entrepreneurial, el pensamiento desregulado, la pulsión diferenciadora, el criterio cultural, la ambientación estética, la curiosidad racional, el humor informado, el oasis tecnológico e informacional. En corto: la satisfacción contemporánea.
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