4. LA RECTITUD DE LO AUTÉNTICO

Y ahora, cabalmente, hablaremos de valores, y por valores entendemos aquí valores compartidos. En realidad, da penita en cierto modo hablarle a la gente de valores, pero por otro lado la gente siempre parece olvidarlos, convenientemente. En especial hoy es un tópico difícil, con tantas comunidades de madréporas posmodernas desconfiando de las agendas axiológicas, por juzgarlas del pasado, ridículas y de mal gusto. 

Por supuesto, no estamos hablando de un panfleto catequista para evitar el vicio y el fornicio. Queremos resaltar algo muy serio, y es que sin valores el barco titulado Guatemala se va a hundir, o ya se hundió. Se precisa actualizar y orientar afirmativamente nuestros energías primordiales por medio de un compromiso o programa de principios compartidos explícitos. Y sin embargo, no son principios clausurados o tipo fatwa, ni tampoco pseudobjetivos o esencialistas: en cuyo caso hablaremos de los valores como principios abiertos. Son principios, pero sin ninguna pretensión objetiva radical.

No queremos caer en la arbitrariedad ética, pero tampoco queremos caer en el fascismo. Estos valores nacen de las propias propensiones. Cuando no trabajamos con cualidades orgánicas de la cultura, con valores de veras propios, la cosa vuelve morosa, enajenante, incoherente y desacertada. Rectitud no siempre quiere decir integridad. Integridad más bien es la rectitud de lo auténtico. La cosa es trabajar con lo que somos, como somos.

Es decir que para que estos valores o inteligencias nucleares sean reales han de nacer de la idiosincrasia profunda del país, que he venido investigando. Será imposible para el lector entender por qué voy a elegir determinados valores sin haber leído lo segmentos anteriores de esta reflexión en progreso, sin haber recorrido pues el camino entero. Siempre está a tiempo de recorrerlo.

No explicaré aquí lo que es un valor, lo que es una ética, no acabaría. Me limitaré a decir que los valores son las estrategias que estructuran nuestra más elevada operatividad y dignidad. En términos nacionales, los valores compartidos hacen posible que el individuo armonice con su entorno, y que el entorno armonice consigo mismo.

Son necesarios para darle al proyecto nacional cohesión y lealtad cultural, para que no estalle en pedazos y celdas de caos. Los valores configuran un territorio interior y conductual a la vez dinámico (pues estamos hablando de principios abiertos y creativos) y metahistórico (pues no está basado en meras respuestas coyunturales).
             
Cosas extrañas, los valores: siendo subjetivos, relativos e intangibles también tienen una realidad cultural medible. Siendo productos ideales o espirituales también poseen una dimensión práctica, y están llamados a catalizar y generar acción concreta. Median entre la identidad y la conducta, entre lo que somos y lo que hacemos, dándonos una pauta de congruencia entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo colectivo.

También es correcto decir que los valores son puentes entre la identidad potencial y la actualizada. Los valores confirman en el dominio de la experiencia nuestra naturaleza cultural abstracta: no solo la reflejan, además la construyen, dinámicamente.
           
La idea sobre todo es dar con un código de valores que puedan ayudar a sanar y elevar nuestra inteligencia colectiva, nuestro capital ético–nacional, y rindan al país consistencia y dirección continuas.

Buscamos valores que le funcionen a todos los sectores e idiosincrasias del país. Habrán valores más cercanos a unos guatemaltecos que a otros: lo imprescindible es que la lista le funcione globalmente a todos. Por demás, habrán valores más masculinos, por llamarles así, y otros más femeninos, por así llamarles.

Si me preguntaran cuáles son los valores que más pueden ayudar a  Guatemala a ser lo que potencialmente es, a ser lo que su ser le pide que sea, y a serlo mejor, yo pondría en la mesa los siguientes: el equilibrio, la identidad, la confianza, la lucha, la creatividad, la sensibilidad, la responsabilidad y la libertad. Todos en realidad vienen a ser metavalores, de los cuales se desprende una miríada de subvalores.

Son varios, y no es para menos. Estamos hablando después de todo de un país completo: una vasta estructura de pulsiones morales. La idea siendo ser sintéticos pero exhaustivos, en un arco amplio de energía ética que pueda beneficiar toda clase de situaciones locales. Importante que estos valores trabajen en conjunto, o se dará un desequilibrio. Estos mismos valores, aislados, son limitados, tal vez irrelevantes, a veces peligrosos.

Es claro que pudimos haber escogido otros nombres para los mismos contenidos éticos. Hay muchas formas de nombrar lo mismo. Pero aquí no es cuestión de hacer piruetas. Además, estos nombres seleccionados, siendo tan generales, son buenos nombres, sólidos, bellos, precisos. De otra parte, los nombres importan y no importan: importan las virtudes.

Los valores escogidos no coinciden exactamente con mis valores individuales, ni coincidirán con los de muchos otros individuos guatemaltecos (o subgrupos de guatemaltecos). Así pues, no hay que confundir la axiología particular con la axiología común. Es cierto además que cada cual irá dándole su coloración personal a los valores de todos. Esto es muy importante: los valores, aún los colectivos, no deberán uniformarnos.

Estos valores propuestos son los que, en mi humilde opinión, pueden ayudar a los llamados chapines en tanto que colectividad genérica a salir del laberinto nacional, siempre que no sean usados de un modo pervertido o caricaturesco.  

Luego me voy a encargar de analizar en corto estos valores. Seguro que diré cosas que parecerán incorrectas, incluso escandalosas. Pero como se dice: hay que mojarse el culo.
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