Y ahora, cabalmente, hablaremos de
valores, y por valores entendemos aquí valores compartidos. En realidad, da
penita en cierto modo hablarle a la gente de valores, pero por otro lado la
gente siempre parece olvidarlos, convenientemente. En especial hoy es un tópico
difícil, con tantas comunidades de madréporas posmodernas desconfiando de las
agendas axiológicas, por juzgarlas del pasado, ridículas y de mal gusto.
Por supuesto, no estamos hablando de un
panfleto catequista para evitar el vicio y el fornicio. Queremos resaltar algo
muy serio, y es que sin valores el barco titulado Guatemala se va a hundir, o
ya se hundió. Se precisa actualizar y orientar afirmativamente nuestros
energías primordiales por medio de un compromiso o programa de principios
compartidos explícitos. Y sin embargo, no son principios clausurados o tipo
fatwa, ni tampoco pseudobjetivos o esencialistas: en cuyo caso hablaremos de
los valores como principios abiertos. Son principios, pero sin ninguna
pretensión objetiva radical.
No queremos caer en la arbitrariedad
ética, pero tampoco queremos caer en el fascismo. Estos valores nacen de las
propias propensiones. Cuando no trabajamos con cualidades orgánicas de la
cultura, con valores de veras propios, la cosa vuelve morosa, enajenante, incoherente
y desacertada. Rectitud no siempre quiere decir integridad. Integridad más bien
es la rectitud de lo auténtico. La cosa es trabajar con lo que somos, como
somos.
Es decir que para que estos valores o
inteligencias nucleares sean reales han de nacer de la idiosincrasia profunda
del país, que he venido investigando. Será imposible para el lector entender
por qué voy a elegir determinados valores sin haber leído lo segmentos
anteriores de esta reflexión en progreso, sin haber recorrido pues el camino
entero. Siempre está a tiempo de recorrerlo.
No explicaré aquí lo que es un valor, lo
que es una ética, no acabaría. Me limitaré a decir que los valores son las
estrategias que estructuran nuestra más elevada operatividad y dignidad. En
términos nacionales, los valores compartidos hacen posible que el individuo
armonice con su entorno, y que el entorno armonice consigo mismo.
Son necesarios para darle al proyecto
nacional cohesión y lealtad cultural, para que no estalle en pedazos y celdas
de caos. Los valores configuran un territorio interior y conductual a la vez
dinámico (pues estamos hablando de principios abiertos y creativos) y
metahistórico (pues no está basado en meras respuestas coyunturales).
Cosas extrañas, los valores: siendo
subjetivos, relativos e intangibles también tienen una realidad cultural
medible. Siendo productos ideales o espirituales también poseen una dimensión
práctica, y están llamados a catalizar y generar acción concreta. Median entre
la identidad y la conducta, entre lo que somos y lo que hacemos, dándonos una
pauta de congruencia entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo
colectivo.
También es correcto decir que los
valores son puentes entre la identidad potencial y la actualizada. Los valores
confirman en el dominio de la experiencia nuestra naturaleza cultural
abstracta: no solo la reflejan, además la construyen, dinámicamente.
La idea sobre todo es dar con un código
de valores que puedan ayudar a sanar y elevar nuestra inteligencia colectiva,
nuestro capital ético–nacional, y rindan al país consistencia y dirección
continuas.
Buscamos valores que le funcionen a
todos los sectores e idiosincrasias del país. Habrán valores más cercanos a
unos guatemaltecos que a otros: lo imprescindible es que la lista le funcione
globalmente a todos. Por demás, habrán valores más masculinos, por llamarles
así, y otros más femeninos, por así llamarles.
Si me preguntaran cuáles son los valores
que más pueden ayudar a Guatemala a ser
lo que potencialmente es, a ser lo que su ser le pide que sea, y a serlo mejor,
yo pondría en la mesa los siguientes: el equilibrio, la identidad, la confianza,
la lucha, la creatividad, la sensibilidad, la responsabilidad y la libertad. Todos
en realidad vienen a ser metavalores, de los cuales se desprende una miríada de
subvalores.
Son varios, y no es para menos. Estamos
hablando después de todo de un país completo: una vasta estructura de pulsiones
morales. La idea siendo ser sintéticos pero exhaustivos, en un arco amplio de
energía ética que pueda beneficiar toda clase de situaciones locales. Importante
que estos valores trabajen en conjunto, o se dará un desequilibrio. Estos mismos
valores, aislados, son limitados, tal vez irrelevantes, a veces peligrosos.
Es claro que pudimos haber escogido
otros nombres para los mismos contenidos éticos. Hay muchas formas de nombrar
lo mismo. Pero aquí no es cuestión de hacer piruetas. Además, estos nombres
seleccionados, siendo tan generales, son buenos nombres, sólidos, bellos,
precisos. De otra parte, los nombres importan y no importan: importan las
virtudes.
Los valores escogidos no coinciden
exactamente con mis valores individuales, ni coincidirán con los de muchos
otros individuos guatemaltecos (o subgrupos de guatemaltecos). Así pues, no hay
que confundir la axiología particular con la axiología común. Es cierto además
que cada cual irá dándole su coloración personal a los valores de todos. Esto
es muy importante: los valores, aún los colectivos, no deberán uniformarnos.
Estos valores propuestos son los que, en
mi humilde opinión, pueden ayudar a los llamados chapines en tanto que colectividad genérica a salir del laberinto nacional, siempre
que no sean usados de un modo pervertido o caricaturesco.
Luego me voy a encargar de analizar en corto estos valores. Seguro que diré cosas que parecerán incorrectas, incluso escandalosas. Pero como se dice: hay que mojarse el culo.