Unos pueblos requieren más identidad que
otros, o de lo contrario tienden a perderse en un limbo espectral, se
desintegran en un maelstrom de
autorepresentaciones, mueren en la batalla de las diferencias. Nuestro pueblo
tiene una gran sed de identidad.
Para no entrar en una suerte de
esquizofrenia disgregadora, necesitamos un espejo, una forma de reconocernos a
nosotros mismos, y eso a través de un constructo unificado de pasajes geográficos,
rituales económicos íntimos, productos simbólicos, etc. Más que nada, la identidad
tiene un efecto ecualizador: todos somos iguales en relación al contexto
cultural profundo que nos recibe.
La identidad es una pulsión
generalizadora, pero a la vez distintiva, singularizadora. Permite a los
miembros de una comunidad relacionarse consigo mismos, pero también con los
otros como otros. Quien posee una identidad firme, reconoce y valora la
identidad ajena, sin querer agredirla o succionarla mórbidamente.
Hay toda clase de trastornos vinculados
a la identidad nacional. Uno de ellos es la identidad estanca. La identidad
siempre tiene que estar examinándose para no caer en una mera cáscara de sí
misma, en un texto vacío. Por tanto, la crisis de identidad es importante para
la identidad. El cambio cultural –esto es: la emergencia de lo inimaginable en
el seno comunal– es un evento trascendental. La identidad es memoria (origen,
respeto, tradición, historia, legado) pero también futuro (autenticidad
creadora y quiebre). La identidad, o gramática colectiva, es sana cuando se
nutre de alteridad, y no pretende haber agotado metafísicamente sus códigos.
Estamos hablando de una identidad
estable, pero viva. Una identidad que no cae en el vicio de la uniformidad y la
alienación de sus miembros. No es como que vamos agarrar el machote liberal o
maya o el que sea y vamos a colocar a todos allí dentro. Por demás, hay formas
de identidad muy, muy baratas, como de plástico, como hechas en la factoría más
putamente deshonrada de China. Así pues, identidad no equivale apenas a un
vulgar anuncio de cerveza.
La identidad sana es más bien como un plexo
común de diversidades que se sienten cómodas en un mismo espacio abierto.