6. UN PAÍS–ALEPH

Si yo tuviera que venderle mi país digamos a un turista potencial, o bien a un amigo extranjero, para que así viniera a visitarlo, ¿cómo lo haría? Empezaría diciéndole lo de siempre: que Guatemala, situada en el ábside de Centroamérica, es una experiencia cultural transformadora, sobre todo para aquellos visitantes que, más que unas vacaciones convencionales, desean algo que impacte su percepción de la realidad. Agregaría que otros destinos turísticos en otras partes del mundo ya sea ofrecen ambientes de realidad muy específicos, o bien ofrecen multiplicidad de posibilidades, pero a gran costo de recursos y tiempo. Guatemala tiene la enorme ventaja de localizar una multitud de experiencias en un espacio comprimido y accesible. Es un país portátil, un país–aleph. Por su posición única geográfica e histórica reúne condiciones y características muy especiales, que benefician esa implosividad o concentración cultural nuestra. El turista aquí es Alicia: entra por una madriguera diminuta y termina en un mundo vasto y cromático, con toda clase de expresiones texturadas y ricas, y tantos niveles de realidad. Colisión de historias y geografías, superposición de perspectivas y visiones del mundo, campo fértil de identidades. Podemos hablar de un palimpsesto único de temperamentos y temperaturas sociales, y de un rico surtido de cepas identitarias (con su complejidad de etnias, códigos lingüísticos, etcétera) difíciles de aprehender o tipificar en una sola totalidad. Climas y microclimas, mundos y micromundos, cosmos y microcosmos.

Qué cantidad de registros experienciales y alteridades ofrece Guatemala, lo cual da lugar, por supuesto, a muchos contrastes –a menudo violentos. El turista estaba hace un ratito nomás en un lugar muy cómodo e idílico y de pronto aparece hiperfluidamente en un paraje en donde es evidente que las cosas no cuadran, son tristes, son feas.

No hay porque esconder estas contradicciones, estos contenidos paradójicos: enzimas honestas de nuestra realidad que van trabajando al visitante. Lo bueno y lo malo, lo santo y lo nocturnal, lo significativo y lo moroso: no se enmascara nada. Es la rica tradición de lo real maravillo (y más: de lo repugnante maravilloso) de la cual Guatemala forma parte. Todo es a la vez onírico y completamente directo. Entonces el extranjero tiene acceso a un espacio, que siendo un espacio de huida, de imaginación y de magia, es angustiante como ninguno. Es una escapada, sí, pero una escapada a lo real propiamente. En medio de la evasión hay encuentro, y en medio del encuentro, ascensión profunda. En efecto, tiene eso de transformadora la condición humana, incluso y sobre todo la más incoherente y necesitada. No hablo de un zafio turismo de la pobreza –para nada– sino de algo de hecho más profundo, más digno, que no consiste en hacer de la miseria una fantasía, ni tampoco busca erigir en medio de la desdicha un parque temático. Evitar lo artificial es extremadamente importante. Que la experiencia sea incluso acerba, pero que no deje de ser genuina.

Guatemala bien puede ser para el amigo forastero una auténtica manera de perderse y de encontrarse. Si está dispuesto a ello, el peregrino está en posibilidad de recibir, de manera concentrada, revelaciones profundas sobre su propia identidad. ¿Un eslogan? Aquí lo tienen: viajar a Guate es viajar adentro.
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